Cuando una puerta se cierra…. Cita la conocida frase, otras se abren. En mi caso, podemos decir que la puerta que se cerró dejo entreabierta una ventana, una pequeña rendija que más temprano que tarde volvería a abrirse por completo.
Así fue, no volví nunca más a vestirme como jugador, no lo sentía dentro, perdí esa motivación intrínseca que te empuja a entrenar y ser entrenado, deje de sentir la pasión por entrar en campo y realizar acciones que no comprendía.
En la duda, en la reflexión de sí había merecido la pena o no, encontré la respuesta.
Nos vamos construyendo conforme caminamos, en base a las experiencias que de manera reflexiva hemos conseguido transformar en enseñanzas significativas para nuestra vida y nuestra profesión.
El paso por la Universidad fue clave. En mi primer año coincidí con un Maestro, una persona excepcional que trata de darle un sentido a todo lo que sucede en el campo. Busca más allá y mientras él buscaba, aparecí yo. Era alumno del primer curso de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, me movía por la pasión de poder comprender como funcionaba el cuerpo humano ante cada estímulo y como poder entrenarlo para obtener mejores resultados.
¿Era solo eso? Pues no.
Tenía sobre todo curiosidad, estaba desilusionado, acababa de dejar de jugar y no tenía motivación. Pues bien, quien tiene un buen maestro encuentra siempre un buen motivo para esforzarse y aprender. Agradezco a Antonio Solana por ser mi primer maestro, y despertar de forma inconsciente en mí, la pasión por enseñar.